Subí al microbús, el chofer me saludó con amabilidad y agradeció cuando pagué por el servicio. Se escuchaba una canción de La Mafia: “Me estoy enamorando hoy de ti, pero perdidamente/yo que tanto decía que jamás me volvería a pasar…”
Y todo en el microbús era armonía y dulzura; nada de empujones o malas caras. Ahora Oscar de la Rosa interpretaba otro éxito mafioso: “Cómo me duele amor, quererte y no tenerte/eres mi buena suerte, te debo lo que soy…” . Yo feliz, inspirada…
Diez de la mañana, tránsito fluido. Que me agarra el sentimiento. “Esa no porque me hiere”, pero ni modo, La Mafia tiró duro y a matar: “Porque me duele estar solo, aunque así es mi destino/estar toda la vida contigo, eso hubiera querido/porque me duele estar solo, después de haberte tenido/será muy dura la soledad, después de todo lo vivido…”
Extraño caso, decidí —en vez de echarme mi clásica geta— dedicarme a mirar por la ventana: leí los nombres de las calles, puse atención en los anuncios, me percaté de muchos detalles que, por años y años, me habían pasado inadvertidos.
Me hubiera puesto a bailar, pero a veces me gana la timidez. ¿Cómo evitar emocionarme? ¿Cómo evitar que mi cabeza se moviera de un lado a otro al ritmo de la música?: “Un millón de rosas, por lo que has hecho conmigo/serían pocas, te digo, si te has llevado el dolor…”
El disco que escuchaba el chofer (Lo mejor de La Mafia) es el favorito de mi papá y yo me sé toooodas las letras. Recuerdo que mi “jefe” lo compró por una canción en especial, una que también le gusta a mi mamá, es algo así como “su canción”: “Vives dentro de mí, en el alma te siento/me alimento de ti, no te aparto un momento/ para amarte nací, te escapaste de un cuento/que de niño aprendí, te esperaba y no miento…”
En mi mente aún queda el recuerdo de la última canción que escuché en aquél microbús de la Ruta 11: “Y quiéreme, ahora y siempre/que con tus besos y tus caricias me voy a ahogar/y quiéreme, aunque me muera/que por razones mías y mías, eres la primera…”
Ni modo, todo lo que comienza tiene que terminar. Llegó el final del viaje, le di las gracias al microbusero quien, valga decir, tuvo la enorme amabilidad de ayudarle a bajar a una anciana enferma. Todo fue como un sueño, como un sueño hecho realidad…