El avión despega rumbo a la Ciudad de México y yo derramo un par de lágrimas. En Lima dejo nuevos amigos, mientras que a su natal Colombia regresan los otros “extranjeros”, con quienes compartí comidas baratas y la incertidumbre de los primeros días, cuando no sabíamos lo que nos depararía Perú.
Odio las despedidas, siempre lloro. No me gusta la sensación de vacío y esa duda que, inevitablemente, siempre surge: “¿Nos volveremos a ver algún día?”. Resulta curioso cómo es que en tan poco tiempo los seres humanos somos capaces de estrechar lazos de afecto tan fuertes y con raíces tan profundas.
Válgame si me emociono rápido. Regreso sin un trozo de mi corazón porque, una vez más, me enamoré. Y siento que en esta ocasión fue diferente, raro… más dulce que otras veces. Como si nada pudiera impedirlo, como si se hubiera ido el miedo al dolor, ese miedo que a últimas fechas me perseguía constantemente.
La China que hoy escribe no es la misma que partió hace un par de semanas. El querer, el compartir, el entregar y el recibir se han convertido en emociones mucho más intensas. Vuelvo reconciliada con la vida, AGRADECIDA. Vuelvo con la firme certeza de que no hay imposibles, porque el mundo es inmenso… inagotable.
Odio las despedidas, siempre lloro. No me gusta la sensación de vacío y esa duda que, inevitablemente, siempre surge: “¿Nos volveremos a ver algún día?”. Resulta curioso cómo es que en tan poco tiempo los seres humanos somos capaces de estrechar lazos de afecto tan fuertes y con raíces tan profundas.
Válgame si me emociono rápido. Regreso sin un trozo de mi corazón porque, una vez más, me enamoré. Y siento que en esta ocasión fue diferente, raro… más dulce que otras veces. Como si nada pudiera impedirlo, como si se hubiera ido el miedo al dolor, ese miedo que a últimas fechas me perseguía constantemente.
La China que hoy escribe no es la misma que partió hace un par de semanas. El querer, el compartir, el entregar y el recibir se han convertido en emociones mucho más intensas. Vuelvo reconciliada con la vida, AGRADECIDA. Vuelvo con la firme certeza de que no hay imposibles, porque el mundo es inmenso… inagotable.