He tenido varias citas en mi
vida… todas muy peculiares. Ya le tengo muy poco temor a salir en citas a ciegas,
aunque no es nada de lo cual me enorgullezca.
Él parecía diferente de los
demás: más íntegro y con mayor convicción. Lo elegí por ser diseñador y por
poner tildes cuando escribía, como lo hacen las personas “decentes”. La primera
vez que escuché su voz me gustó, me gustó cómo se reía… y ha sido el único
extraño a quien le he permitido usar el diminutivo de mi sobrenombre: Chinita.
Con el tiempo resultó que
soy muchas de las cosas que más detesta: capitalista, cínica y sufrida…
ambiciosa en el peor de los sentidos… una consentida que trabaja en la zona
coqueta de Polanco… carente de todo conocimiento del budismo y la doctrina zen…
poco reflexiva… superflua. Y todo ello lo averiguó en menos de 20 días y con
una cita de cinco horas.
El día que nos vimos odié su
horroroso suéter a rayas, pero no se lo dije porque no quise herir sus
sentimientos… de haber sabido el desenlace, no hubiera titubeado en externarlo,
en decirle que ese suéter era uno de los más feos que he visto en mi vida. Yo
tan considerada como siempre.
Ese viernes no tenía
planeado salir… sólo quería ir a mi casa a dormir… Luego resultó que ya estaba
en camino, y después lo tuve de frente con su suéter a rayas… Me molestó que no
se ocupara de caminar por fuera de la acera, como lo hacen los caballeros, pero
evadí el detalle, total que los hombres modernos ya no saben nada de eso.
¿Quería una cita, no? Ahí
estaba, expuesta a la mirada analítica de un desconocido que quería que le
contara mi vida. Cerraron Starbucks y nos quedamos en el frío de la calle; yo
no quería llegar a mi casa todavía, así que decidimos ir a otro lugar. Tomamos
un taxi mientras yo le contaba las aventuras por las cuales pasé antes de
llegar a mi actual empleo.
Luego entramos a un pequeño
bar en Coyoacán; pedí un clericot y él una cerveza. Lo escuché mientras me
hablaba de sus intereses y de algunas personas con quienes había salido. Yo me
aferraba a pensar que él era una persona esforzada, de esas que quieren hacerse
de su propio destino con base en sus particulares valores.
El tiempo se fue
relativamente rápido… jamás me dijo estar incómodo… jamás expresó un desacuerdo…
Él sólo me miraba de vez en vez… miraba sus botas de trabajo y luego le echaba
un vistazo a mis zapatos de ante verde. Yo sonreía tratando de buscarle la
mirada, tratando de adivinar algunas cosas.
Eran las dos de la mañana, y
yo tenía frío; me ofreció su feísimo suéter a rayas… yo le dije que no era
necesario, que estaba bien. Me preguntó si me llevaba a mi casa en taxi, pero
se me hizo un abuso que diera tanta vuelta, tomando en cuenta que él estaba ya
muy cerca de la suya… me dijo que podía darme dinero, y la verdad me ofendí un
poco: no soy dama de compañía.
Mi taxi llegó y él se quedó
en la calle esperando el suyo. No pude evitar la tentación de mandarle un
mensaje para agradecer las atenciones; él contestó algo como: “Yo también me la
pasé chingón…”.
Las cosas poco a poco se
diluyeron hasta que desapareció… no hubo respuesta a mis mensajes, y comprendí
que ya no quería hablar conmigo.
Hubiera sido un final
predecible de no ser por todo lo que alguna vez conversamos. Yo quería pensar
que un fiel admirador del camino del samurái tendría el carácter suficiente
para ser claro con una mujer que le había dedicado algunas horas de su vida.
Por otro lado, supongo que el budismo no tuvo nada que ver con su decisión de salir
corriendo, esconderse y no darle más vueltas al asunto.
Yo seguía con la idea de
obtener una respuesta, la necesitaba… y llegó de manera inesperada: encontré un
blog suyo donde había un escrito sobre una chica de Internet con quien había
salido. Y mientras iba leyendo se me hizo un nudo en la garganta: esa chica era
yo. Sus palabras me describían a conveniencia con una lista de tres aspectos
fundamentales: él sentía que lo había acosado, yo no tenía el suficiente
intelecto para comprender sus complejos pensamientos y, finalmente, era yo,
desde su punto de vista, sufrida.
Pues nada, la persona que yo
había construido con trocitos de conversaciones nunca existió. Sólo quedó un extraño
engreído que trataba de autoafirmarse criticando a alguien a quien no conocía
del todo. Como en otras ocasiones, tuve una cita genial con alguien que era sólo
un personaje… hubiera querido que existiera en verdad, pero la vida no siempre
es como uno desea.
Muy pocas personas se
muestran tal como son: con sus intereses, con sus desacuerdos, con sus miedos,
con sus sueños… Y yo hubiera ignorado su horrible suéter a rayas, tomando en
cuenta que eso era lo de menos si se trataba de alguien noble y honesto, cosa que estuvo alejada de la realidad.
Sin embargo, no me doy por
vencida. Yo quiero pensar que hay personas diferentes, y que en algún lugar
alguien parecido a mí me está buscando. Por lo demás, esto es aprendizaje:
ensayo y error. ¿Qué hay de malo en intentarlo? ¿Qué hay de malo en querer
creer y confiar? Al final uno crece como persona y se vuelve más fuerte.
Swan - Elisa
Walking by yourself in the cold, cold winter,
wrapped up in your coat like
it's a magic blanket.
You say no matter where I go,
they all look like strangers,
you see the world only seems
a fairytale that it isn't.
Dream on, dream on,
there's nothing wrong
if you dream on, dream on
on being a swan.
But I know you're thinking...
And now you're looking at the sky,
talking to your angel,
could he turn this dirty street
into a flying carpet?
But then you say I am not scared of anything
such a shy lie silent as a stone that is fallin' down.
Dream on, dream on,
there's nothing wrong
if you dream on, dream on
on being a swan.
But I know you're thinking.
"Am I gonna make it through?".
Dream on, dream on,
there's nothing wrong.
if you dream on, dream on
on being a swan.
But I know you're thinking
"Am I gonna make it through?".
Go, girl, go...
Go, girl... Go, girl...
You're on the run,
you don't look back.
What did you see?
What did you belt?
You're on the run,
trying to forget.
What in the head?
Is it so bad?