He pasado tanto tiempo sin saber lo que quiero de alguien
que esté conmigo, y es que la mayoría de las veces han sido tan improvisadas
que caen en el límite de la resignación al tomar lo que se me va presentando.
Y si alguien me hubiera dicho que esto iba a complicarse,
juro que no lo hago. Juro que no. Pero qué iba yo a saber que un señor de 42
años se convertiría en una compañía tan increíble, aunque fuera por corto
tiempo.
La tarde en que nos conocimos me miró fijamente mientras yo
bebía mi café.
—Tienes unos ojos muy bonitos.
—¿Perdón?
—¡Ah, es que eres algo sorda! Que tienes unos ojos muy
bonitos.
—No lo creo, pero gracias.
Y yo jugueteaba nerviosa con la servilleta blanca… y hojeaba la carta una y otra vez evadiendo hasta donde podía sus ojos.
—Vaya que sí…
—¿Que sí qué?
—Que eres guapa.
—No lo creo, pero gracias por la amabilidad.
—Ahora resulta que sabes más de mujeres que un hombre.
—No entiendo.
—Que si yo digo que eres guapa, lo eres.
—Si tú dices...
Me contó de España, de las islas Canarias, de Santa Cruz de
la Palma, de su gusto por la gastronomía. Yo comía de a poco, más lento de lo
acostumbrado, mientras pensaba que ya se veía bastante “señor”.
Nos despedimos y minutos después mi teléfono sonó.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué?
—¿Cambió tu opinión de mí para bien o para mal?
—No lo sé…
—¿No lo sabes o no me lo dices?
—Eres buen tipo.
—¿Paso por ti mañana?
—¿Mañana?
—Sí, y vamos a tomarnos algo.
—Mañana es martes… Es que no sé.
—¿A qué hora sales?
—A las cuatro.
—A las cuatro te espero, ahí donde me encontraste hoy.
Nos vimos el martes; me acompañó a hacer algunos trámites.
Viajamos en metrobús, al bajar en una de las estaciones leyó en voz alta el
letrero.
—Etiopía… ¿Capital?... Adís Abeba.
(Y yo pensando en cuántas personas se saben las capitales
del mundo para luego usar ese conocimiento como tema de conversación.)
A la tercera cita dejé de lado los años que nos separaban.
Reímos mucho. Me ofreció su hombro para apoyar mi cabeza mientras viajábamos
rumbo al sur de la ciudad.
¿Qué busca en un hombre una mujer que se acerca a los
treinta? ¿Se puede generalizar? A mí me bastó la buena conversación… la
ternura… las risas… la dulzura… sentirme protegida y llena de cariños… No sé…
Él es un buen padre. Baña a su hijo, le da el biberón, lo
lleva al parque, lo cambia cada noche y se encarga de acostarlo… Yo he decidido
dejar de verlo.
Mis golpes de suerte duran poco, pero todas son experiencias,
y al menos cada vez estoy más cerca de saber qué es lo que quiero de una
persona para compartir parte de mi vida.
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