sábado, abril 24

¡Hey, mujeres!

Esta vez elijo un tema por demás “choteado”, de esos que se comentan tanto en la vida cotidiana como en los paneles de debate: la violencia contra la mujer. Y es que siempre se busca un culpable, pero no se vislumbra una solución, una manera de erradicar un mal tan común, incluso en una época como esta, en la cual las mujeres día a día vamos ganando mayor terreno.


En todos los lugares donde he trabajado predomina el sexo femenino. Las mujeres somos profesionistas, además de amantes, amas de casa, madres… y, aún así, pareciera que nosotras mismas no nos la creemos. El eterno y absurdo argumento, aquello del “sentimentalismo”: las mujeres somos sensibles y cursis… haríamos todo por amor.


Lo escuché alguna vez en algún programa especializado, pero cuando ella me lo dijo me sonó increíble… increíble y triste: me contó que él la había golpeado y que, no era por defenderlo, pero aquello había ocurrido porque ella lo había sacado de sus casillas. Sentí asco y enojo, pero también me di cuenta de que los lugares comunes existen, y que la violencia no distingue condición social ni nivel de acceso a la información y a la educación.


Existen muchos tipos de violencia, los medios de comunicación no se han cansado de repetirlo. Están la violencia emocional y la verbal… dormir con el enemigo debe ser terrible; siempre he creído que cuando alguien te dice que te odia es porque en verdad te odia, pero para muchas mujeres “las palabras se las lleva el viento”. Cuando una mujer aprende a vivir como víctima de la violencia no hay argumento que la convenza de que las circunstancias pueden cambiar, entran factores psicológicos complicadísimos.


Cierto es que no soy experta en relaciones de pareja, pero también lo es que me he enamorado perdidamente alguna vez. Nadie me ha puesto un dedo encima nunca, pero cuando alguien pretendió hacerme sentir inferior e infeliz supe que era momento de reflexionar sobre lo que quería hacer de mi vida. Tardé bastante tiempo, sin embargo, aprendí a estar conmigo, a reconocerme.


¿Qué “merece” una mujer?... nuestro destino no está determinado, somos lo que queremos ser. Más allá del enfoque de género, los seres humanos vivimos en constante búsqueda, encontrar el “sentido” de nuestra existencia no es sencillo, quizás por eso a veces nos aferramos a trascender por medio de alguien más. Y no es que vea mal el hecho de una vida compartida, el punto aquí es el precio que a veces “debe” “pagarse”.


Hace no mucho tiempo a una amiga de mi hermano la asesinó su novio. Todos pensaban que los pleitos de pareja eran cosa “normal”, que el modo en que él le levantaba la voz era algo esporádico y sin importancia. Sin duda la acción se desarrolló en un contexto particular, pero el caso pasó a ser un número más de las estadísticas que engloban una problemática social. Recuerdo el rostro descompuesto de mi carnal: “por eso cuídate, wey, cuídate”.


A veces mi padre también hace hincapié en ello: “cuando te digo ‘cuídate’ no sólo me refiero al riesgo latente de algún accidente, sino a que evites meterte con algún hijo de la chingada que te arruine la vida”siempre río cuando don David dice eso… “nunca falta el cabrón que se quiere pasar de lanza”.


Pero, como una persona común, no puedo hacer gran cosa por quienes padecen la violencia, no puedo hacer gran cosa por las mujeres cercanas a quienes quiero y están inmersas en ello. No puedo más que confiar en que no tendré que asistir a un funeral, como tuvo que hacerlo mi hermano, o en que ellas serán lo suficientemente fuertes como para llegar a amarse todo lo que “ellos” no las aman y así romper algún día con la cadena de abuso físico y/o emocional.


Y me viene a la mente una muy buena rola de los chilenos Los prisioneros



Corazones rojos

Los prisioneros


Corazones rojos,

corazones fuertes,

espaldas débiles de mujer.


Mil insultos como mil latigazos,

mil latigazos, “dame de comer”.

De comer cordura,

de comer comida.

Yo sabré cómo traicionar,

traicionar y jamás pagar.

Porque yo soy un hombre y no te puedo mirar.


Eres ciudadana de segunda clase,

sin privilegios y sin honor.

Porque yo doy la plata

estás forzada a rendirme honores y seguir mi humor.

Búscate un trabajo, estudia algo,

la mitad del sueldo y doble labor.

Si te quejas allí está la puerta,

no estás autorizada para dar opinión.


Corazones rojos

Corazones fuertes

Corazones rojos


¡Hey, mujeres!

¡Hey, mujeres!

¡Hey, mujeres!

¡Hey, mujeres!


De tu amor de niña sacaré ventaja,

de tu amor de adulta me reiré,

con tu amor de madre dormiré una siesta

y a tu amor de esposa le mentiré.


Nosotros inventamos,

nosotros compramos,

ganamos batallas y también marchamos.

Tú lloras de nada y te quejas de todo,

para cuando a veces nos emborrachamos.


Corazones rojos

corazones fuertes


¡Hey, mujeres!

¡Hey, mujeres!

¡Hey, mujeres!

¡Hey, mujeres!


En la casa te queremos ver,

lavando ropa, pensando en él.

Con las manos sarmentosas

y la entrepierna bien jugosa.


Ten cuidado de lo que piensas,

hay un “alguien” sobre ti.

Seguirá esta historia,

seguirá este orden,

porque Dios así lo quiso,

porque Dios también es hombre.


¡Hey, mujeres!

Y no me digas nada a mí.

¡Hey, mujeres!

Y no me digas nada a mí.

jueves, abril 22

You get what you give

“Sí, hay gente con problemas”, me dijo mi madre mientras le contaba cómo había terminado una amistad, en parte por un fuerte desacuerdo y en parte porque la persona en cuestión entabló una especie de amistad por Facebook con un tercero indeseable en mi vida. No lo sé, creo que a veces odio Internet, jajaja.


A diario peleo porque este medio electrónico no controle mi existencia, por tener una vida real con relaciones verdaderas. La red de redes es a veces una herramienta del demonio que algunos utilizan para espiar, otros para provocar incomodidad bajo el anonimato y el resto de este selecto grupo la utiliza para engancharse de alguna manera a quienes han buscado por todos los medios crear barreras que fomenten la salud mental.


Como sea, creo que he madurado; he aprendido lo que vale la pena y lo que no. A decir verdad, para bien o para mal, tengo una escala de valores bastante rígida, la cual incluye no solapar a otros en sus venganzas estúpidas y no provocarle molestias gratuitas a nadie; en parte, ya saben, por aquello del karma.


Suelo ser demasiado ingenua, casi nunca pienso mal de los demás. Aquella vez me dije “vaya, que quizás ha sido una estúpida coincidencia”… pero no, fue con dolo, no me consta del todo, pero cualquiera pensaría que de ambas partes. Sin embargo, si le hace bien a ambos, si se necesitan mutuamente y yo fui “el medio que Dios eligió”, jajaja… que sean felices, tampoco tengo corazón para interponerme.


El repetitivo consejo sería: “déjalos, ninguno fue nunca tu amigo”. Total, que a mí me conviene pensarlo a manera de superación personal, al menos por esta vez y en este caso. A él me lo presentó una amiga, justo es entonces que yo, a mi vez, se lo haya presentado indirectamente a una conocida.


Quizás suene un poco ardida, pero considero que me es útil replantearlo, aún más en este preciso momento, cuando he regalado algunas de mis pertenencias, reordenado otras y hasta tirado algunas a la basura, porque ya no me sirven y sólo me estorban. Sin duda es difícil eso de los desprendimientos, pero se pude.


Mi abuela siempre decía que me preocupara por cosas que valieran la pena. Hoy, a mis 26 años, la comprendo perfectamente. En la vida es mejor andar liviano, sin cargar tantas maletas durante el viaje… Por eso hoy quise terminar de sacarlo en el Blog… para no pensar en ello nunca más.