sábado, agosto 9

Mal-Estar

Me da igual mojarme cuando llueve, a lo más podría pescar una gripa, como aquella última en que me sangró la nariz, se me congestionó el pecho y lloré a mares… A veces me da igual porque la calle está llena de gente que corre de un lado a otro, encogiéndose de hombros o riendo con resignación… También ocurre que a veces me da igual porque hay buena compañía de regreso del trabajo, o porque tengo tiempo para pensar… y para sentir que estoy viva.

¿Cómo sabe uno que está vivo? Acaso porque siente los apretujones en el metro o la frustración de un retardo en el récord perfecto de la semana… Acaso porque estar vivo es diferente de estar muerto, en una caja con tierra encima… ¿Cómo sabe uno que está vivo? Acaso porque respira y siente un dolor punzante en el pecho cuando lo invade el miedo al verse a sí mismo como un desconocido… Cuando de noche no se concilia el sueño por saberse solo y vulnerable.

Y cuando me dices que no te importa lo que siento no me extraña… y cuando dices que todo da igual, que todo es pasajero, me dejas con un enorme vacío que comienza a serme familiar. Y con el caos en mi cabeza te doy mil veces la contraria, y salgo corriendo, y me exijo evitar pensar en ti… ¿Cómo sé yo que estoy viva? Porque hoy todo me duele, porque no me siento “normal”, porque no acabo de librar la batalla contra mis temores… lo sé porque se me humedecen los ojos, porque me tiemblan las manos…

Pedir ser la misma sería, en parte, pedirle al tiempo que volviera… que regresara a cuando era yo menos conciente y más feliz. Sé que estoy viva porque alguien junto a mí está muriendo, porque soy la contraparte de una historia que comienza a llegar a su fin… porque a diario abro los ojos y respiro. Y sonrío, y sobrellevo el cansancio en espera de que “todo pase” y un día deje de sentirme tan patéticamente egoísta… esta no soy yo.

Tú estás muriendo y yo pienso en que ya no puedo más… Tú estás muriendo y yo pienso en que me duele… Tú estás muriendo y yo pienso en que esta incertidumbre es injusta… conmigo. Y donde estaban todos quizás queda una persona, o dos; es demasiado pronto para descubrir lo duro que es “vivir”... es demasiado pronto para conocerme tanto, hasta el hastío. Quiero estar… ahora… por mí… para ti… para los que amo… quiero creer, me aferro todos los días… necesito “hacerlo bien”...

lunes, agosto 4

Para poder continuar

De nuevo a las andadas de los hospitales y haciendo corajes… Hace unos días internaron a mi abuela por una severa crisis de vómito y deshidratación. Dentro de lo que cabe no fue tan grave; lo grave son todas aquellas escenas que uno contempla como parte de un público involuntario producto de la coincidencia.

Un hombre de semblante bastante acabado llegó acompañado de quien, a mi parecer, era su mujer. No podía ni sostenerse en pie, así que ella lo ayudó a sentarse en una silla que estaba cerca de la entrada al área en la que se interna a los pacientes con urgencias médicas. Y de repente llegó aquella enooooorme mujer: la guardia.

[Me pregunto si con tantos kilos encima esa “señora” sería capaz de detener a alguien antes de que un paro cardiaco la matara.] El caso es que en cuanto llegó le dijo al hombre enfermo que no podía estar sentado ahí, ante lo cual la acompañante hizo un último intento: “¿puedo tomar la silla y ponerla en otro lugar?”, la enooooorme mujer contestó con una prepotente negativa al tiempo que tomaba su tolete y se lo colgaba en la cintura con gesto de matrona.

Desde ese instante la odié… pero, como nunca es suficiente, más tarde pude odiarla infinitamente, hasta casi sentir las mismas náuseas que mi abuela. A los dos minutos fui testigo de cómo la muy desgraciada aposentaba sus nalgas en la silla: así es, la misma silla que le había negado a un paciente con cáncer y una urgencia clínica.

¿Falta de criterio?, ¿falta de educación?, ¿asunto ético-filosófico o de educación cívica? ¡Vale madres! No quise reflexionar sesudamente, a lo más me pregunté por qué algunos individuos de nuestra sociedad actúan de forma tan animal. ¿No se supone que hay algo inherente en nuestra esencia que nos hace “seres humanos”?

Ni todas mis miradas de odio fueron suficientes, le hubiera dicho algo, cualquier cosa, de no ser porque mi estado de ánimo no era el propicio para dar pelea y ganarla dignamente. Sin sonar “mocha”, Dios quiera que nunca esté en una situación similar, cargando no sólo con el dolor físico, sino con el infinito sufrimiento espiritual.

Al área de urgencias de la especialidad de oncología acuden personas desahuciadas en su mayoría, hombres y mujeres de distintas edades, demacrados, sin cabello y, en muchos de los casos, postrados en una silla de ruedas. Es una prueba para cualquiera que lo presencia, es una prueba que lleva a reflexionar acerca de la fragilidad de nuestra existencia.

Y no es mi intención jugar el papel de “agente sensibilizador” sino simplemente exponer la profunda indignación que me embarga al observar la indiferencia y el cínico abuso. Nada podrá aminorar el dolor, pero quizás un gesto de empatía le ayude a quien padece una enfermedad tan devastadora como el cáncer a seguir adelante en su lucha por continuar con vida.