El otro día tenía antojo de helado de chongos zamoranos, así que me detuve en la heladería que está cerca del metro Camarones. Hice mi pedido y la chica del mostrador comenzó a llorar… no la escuché bien, sólo entendí que la acababan de asaltar.
Me quedé callada, creo que mi despiste me llevó a no comprender la situación. Después me preguntó si quería cono o vaso… y mientras servía sus lágrimas se volvieron lagrimones. De nuevo callé, pero esta vez la miré a los ojos, como queriendo hacerle sentir que, si de algo le servía, podía contarme lo ocurrido.
Dijo que desde la esquina un tipo había estado vigilando el local. Cuando ya casi nadie transitaba por la calle entró, se acercó al mostrador y le pidió que le diera todo el dinero. Ella, confundida, le preguntó por qué habría de hacer tal cosa… sin más empacho el individuo le mostró la pistola que llevaba a la cintura, por dentro del pantalón.
250 pesos, no más… 250 pesos por tremendo susto… 250 pesos y él quería más… y la amenazaba, y le advertía que no fuera a gritar. Tomó el dinero y le pidió que no volteara, que ni se le ocurriera llamar a alguien… No corrió, sólo se fue de prisa, mientras ella se soltaba a llorar… “¿Y el susto quién te lo quita?, ¿quién te quita el miedo?”.
Después del relato mi helado estaba derretido… y ella un poco más tranquila. Juro que no fue protocolo social, pero le pregunté si podía ayudarla en algo; me dijo que no, que el dueño del local venía en camino. También me dijo que era su último día, que no volvería, que no quería volver a estar sola en la heladería…
Y pese a que el helado siempre me trae recuerdos agradables, ahora, de vez en cuando, y extrañamente, me da un poco de tristeza cuando lo pruebo… y cuando miro hacia el interior del local y me doy cuenta de que la chica, en verdad, no regresó.
Me quedé callada, creo que mi despiste me llevó a no comprender la situación. Después me preguntó si quería cono o vaso… y mientras servía sus lágrimas se volvieron lagrimones. De nuevo callé, pero esta vez la miré a los ojos, como queriendo hacerle sentir que, si de algo le servía, podía contarme lo ocurrido.
Dijo que desde la esquina un tipo había estado vigilando el local. Cuando ya casi nadie transitaba por la calle entró, se acercó al mostrador y le pidió que le diera todo el dinero. Ella, confundida, le preguntó por qué habría de hacer tal cosa… sin más empacho el individuo le mostró la pistola que llevaba a la cintura, por dentro del pantalón.
250 pesos, no más… 250 pesos por tremendo susto… 250 pesos y él quería más… y la amenazaba, y le advertía que no fuera a gritar. Tomó el dinero y le pidió que no volteara, que ni se le ocurriera llamar a alguien… No corrió, sólo se fue de prisa, mientras ella se soltaba a llorar… “¿Y el susto quién te lo quita?, ¿quién te quita el miedo?”.
Después del relato mi helado estaba derretido… y ella un poco más tranquila. Juro que no fue protocolo social, pero le pregunté si podía ayudarla en algo; me dijo que no, que el dueño del local venía en camino. También me dijo que era su último día, que no volvería, que no quería volver a estar sola en la heladería…
Y pese a que el helado siempre me trae recuerdos agradables, ahora, de vez en cuando, y extrañamente, me da un poco de tristeza cuando lo pruebo… y cuando miro hacia el interior del local y me doy cuenta de que la chica, en verdad, no regresó.