Por la ventanilla del microbús miro a José Esteban Coronado, “hijo de Chihuahua, nacido en 1822… Político y militar…”, eso dice la placa. Lo miro ahí, de pie, erguido sobre Reforma, frío. El transporte no avanza, así que continúo con mi labor de inspección. Me detengo en un aspecto curioso: la mano de bronce sujeta, a fuerza de cinta adhesiva, una bandera de huelga, una bandera ramplona, hecha de papel crepé. Más abajo, en uno de sus costados, la base de cemento ha sido víctima de una “pinta”: un puño cerrado, igual que el del general Esteban, y una frase que se refiere a algo de “la lucha”.
Yo en casa, a veces con el ánimo por los suelos. Que quiero creer y no puedo. A veces con asfixiantes ganas de cubrirme la cara con las sábanas y no levantarme de la cama; con asfixiantes ganas de declararme en huelga ante la vida, y quizás fabricarme una bandera de papel crepé. Luego me viene a la mente la palabra “lucha”, entonces, sin necesidad de perjudicar a ningún héroe del Paseo de la Reforma, decido que es momento de ponerme de pie, y salir a enfrentar la vida.
Yo en casa, a veces con el ánimo por los suelos. Que quiero creer y no puedo. A veces con asfixiantes ganas de cubrirme la cara con las sábanas y no levantarme de la cama; con asfixiantes ganas de declararme en huelga ante la vida, y quizás fabricarme una bandera de papel crepé. Luego me viene a la mente la palabra “lucha”, entonces, sin necesidad de perjudicar a ningún héroe del Paseo de la Reforma, decido que es momento de ponerme de pie, y salir a enfrentar la vida.