Para mí, existen dos bajos instintos que afloran con facilidad en los seres humanos: la violencia y la destrucción. Para mí, quien recurre a la agresión como medio para lograr un objetivo, peca de estúpido, de retrógrada.
El futuro del mundo sólo podrá ser resguardado por individuos que posean una conciencia crítica, individuos que hagan un ejercicio pleno de sus capacidades transformadoras. Nuestro futuro depende de quienes reconocen el espíritu humanista como principio y fin último de toda acción.
Quienes piensan con el hígado, indudablemente, llevan las de perder, porque cierran su mundo, porque hacen a un lado el infinito universo de las posibilidades y las esperanzas. Y se vuelven inútiles, son tierra infértil… no pasan de las quejas, de los reclamos repetitivos… no pasan de ser “contestatarios” inconsistentes y superfluos.
Para hacer la verdadera diferencia, primero que nada, debe haber una enorme pasión, se debe actuar por amor y con fe. Ello implica, al menos para mí, alejarse de la autómata acción que consiste en repetir el mismo discurso, una y otra vez, sin tener la más mínima idea de lo que se está diciendo.
Lo veo así: todos los días tenemos la oportunidad de ayudar a alguien, todos los días podemos jugar un papel digno y ganarnos la condición de “seres humanos”. Claro está que ello implica un esfuerzo, implica estar dispuestos a cargar con el enorme peso que conlleva la congruencia entre nuestras ideas y nuestras acciones.
En los últimos meses he vivido una realidad muy distinta a la que me era familiar. Por una parte, he tenido la enorme oportunidad de conocer gente comprometida y capaz, gente esforzada que cree firmemente en sus principios y que, por ende, emprende proyectos a los que se entrega con firme convicción.
Por otra, a fuerza de golpes, he tenido que comprender que la “educación” no asegura la formación de seres humanos íntegros y responsables. Y todo el teatro se cae… se devela el cliché del “intelectualoide comprometido”… Porque actualmente ya no basta con memorizar la biografía del Ché Guevara, o utilizar el glosario de Marx.
Triste pero cierto, hay quien puede gritar a todo pulmón las consignas, pero jamás estará dispuesto a mover un dedo por quienes en verdad lo necesitan. Al fin de cuentas todas son “poses”, máscaras que sirven para ocultar una enorme incapacidad, la falta de talento para contribuir a que las circunstancias en que vivimos mejoren.
Podría yo dedicarme únicamente a reflexionar y escribir, pero eso ya no me deja satisfecha. Podría abogar por los derechos de los demás y, al mismo tiempo, desperdiciar mis fuerzas, anestesiada por las teorías y los libros voluminosos, pero eso representaría convertirme en una fanática inservible.
Hoy comprendo que los conocimientos no tienen valor alguno si no los aplicamos en beneficio de quienes nos rodean, si no aceptamos los retos y las responsabilidades. No somos nada, hasta el momento en que logramos tocar la vida de alguien más; para mí esa es la única forma de alcanzar plena libertad.
Y no importa que la mayoría sea una masa pasiva y moldeable que evade una realidad ineludible… no mientras haya quienes tienen sueños y se aferran a ellos. No importa que, al buscar y buscar, nos topemos con miles de negativas y obstáculos, con discusiones absurdas que se convierten en callejones oscuros… no mientras existan quienes trabajan hombro con hombro todos los días.
Creo yo que los verdaderos héroes no buscan reconocimiento social, tampoco se obsesionan con detentar el poder. Los verdaderos héroes son esos que, a veces desde el anonimato, acompañan sus exigencias y reclamos con acciones concretas. Los verdaderos héroes han elegido una profesión de tiempo completo.
Puede que la violencia y la destrucción sean los caminos más transitados, esos que recorren la desesperación y el rencor. Sin embargo, quienes hemos tenido la fortuna de contar con mayores oportunidades, tenemos la responsabilidad de utilizar nuestras capacidades y raciocinio en beneficio de quienes han perdido su fe y esperanzas.
El futuro del mundo sólo podrá ser resguardado por individuos que posean una conciencia crítica, individuos que hagan un ejercicio pleno de sus capacidades transformadoras. Nuestro futuro depende de quienes reconocen el espíritu humanista como principio y fin último de toda acción.
Quienes piensan con el hígado, indudablemente, llevan las de perder, porque cierran su mundo, porque hacen a un lado el infinito universo de las posibilidades y las esperanzas. Y se vuelven inútiles, son tierra infértil… no pasan de las quejas, de los reclamos repetitivos… no pasan de ser “contestatarios” inconsistentes y superfluos.
Para hacer la verdadera diferencia, primero que nada, debe haber una enorme pasión, se debe actuar por amor y con fe. Ello implica, al menos para mí, alejarse de la autómata acción que consiste en repetir el mismo discurso, una y otra vez, sin tener la más mínima idea de lo que se está diciendo.
Lo veo así: todos los días tenemos la oportunidad de ayudar a alguien, todos los días podemos jugar un papel digno y ganarnos la condición de “seres humanos”. Claro está que ello implica un esfuerzo, implica estar dispuestos a cargar con el enorme peso que conlleva la congruencia entre nuestras ideas y nuestras acciones.
En los últimos meses he vivido una realidad muy distinta a la que me era familiar. Por una parte, he tenido la enorme oportunidad de conocer gente comprometida y capaz, gente esforzada que cree firmemente en sus principios y que, por ende, emprende proyectos a los que se entrega con firme convicción.
Por otra, a fuerza de golpes, he tenido que comprender que la “educación” no asegura la formación de seres humanos íntegros y responsables. Y todo el teatro se cae… se devela el cliché del “intelectualoide comprometido”… Porque actualmente ya no basta con memorizar la biografía del Ché Guevara, o utilizar el glosario de Marx.
Triste pero cierto, hay quien puede gritar a todo pulmón las consignas, pero jamás estará dispuesto a mover un dedo por quienes en verdad lo necesitan. Al fin de cuentas todas son “poses”, máscaras que sirven para ocultar una enorme incapacidad, la falta de talento para contribuir a que las circunstancias en que vivimos mejoren.
Podría yo dedicarme únicamente a reflexionar y escribir, pero eso ya no me deja satisfecha. Podría abogar por los derechos de los demás y, al mismo tiempo, desperdiciar mis fuerzas, anestesiada por las teorías y los libros voluminosos, pero eso representaría convertirme en una fanática inservible.
Hoy comprendo que los conocimientos no tienen valor alguno si no los aplicamos en beneficio de quienes nos rodean, si no aceptamos los retos y las responsabilidades. No somos nada, hasta el momento en que logramos tocar la vida de alguien más; para mí esa es la única forma de alcanzar plena libertad.
Y no importa que la mayoría sea una masa pasiva y moldeable que evade una realidad ineludible… no mientras haya quienes tienen sueños y se aferran a ellos. No importa que, al buscar y buscar, nos topemos con miles de negativas y obstáculos, con discusiones absurdas que se convierten en callejones oscuros… no mientras existan quienes trabajan hombro con hombro todos los días.
Creo yo que los verdaderos héroes no buscan reconocimiento social, tampoco se obsesionan con detentar el poder. Los verdaderos héroes son esos que, a veces desde el anonimato, acompañan sus exigencias y reclamos con acciones concretas. Los verdaderos héroes han elegido una profesión de tiempo completo.
Puede que la violencia y la destrucción sean los caminos más transitados, esos que recorren la desesperación y el rencor. Sin embargo, quienes hemos tenido la fortuna de contar con mayores oportunidades, tenemos la responsabilidad de utilizar nuestras capacidades y raciocinio en beneficio de quienes han perdido su fe y esperanzas.