jueves, mayo 24

El general Coronado

Por la ventanilla del microbús miro a José Esteban Coronado, “hijo de Chihuahua, nacido en 1822… Político y militar…”, eso dice la placa. Lo miro ahí, de pie, erguido sobre Reforma, frío. El transporte no avanza, así que continúo con mi labor de inspección. Me detengo en un aspecto curioso: la mano de bronce sujeta, a fuerza de cinta adhesiva, una bandera de huelga, una bandera ramplona, hecha de papel crepé. Más abajo, en uno de sus costados, la base de cemento ha sido víctima de una “pinta”: un puño cerrado, igual que el del general Esteban, y una frase que se refiere a algo de “la lucha”.

Yo en casa, a veces con el ánimo por los suelos. Que quiero creer y no puedo. A veces con asfixiantes ganas de cubrirme la cara con las sábanas y no levantarme de la cama; con asfixiantes ganas de declararme en huelga ante la vida, y quizás fabricarme una bandera de papel crepé. Luego me viene a la mente la palabra “lucha”, entonces, sin necesidad de perjudicar a ningún héroe del Paseo de la Reforma, decido que es momento de ponerme de pie, y salir a enfrentar la vida.

viernes, mayo 11

Yo, la antiestética

El amor platónico es un gran motivo para seguir viviendo… porque es siempre perfecto, ingenuo y sencillo… desinteresado. Es un buen motivo porque nos ayuda a encontrar lo mejor en alguien más, y en nosotros mismos; porque nos permite, por instantes, ser estúpidamente felices… y creer.

Es un milagro difícil de comprender, está lleno de preguntas para las que poco importa encontrar una explicación. El amor ideal se vive en silencio, con abierta capacidad de asombro, con franqueza. Gracias a él, la facultad reflexiva crece, mientras que la habilidad de observación se vuelve mucho más intuitiva.

Existe por sí mismo, sin egoísmos, sin ambigüedades ni abandonos… y aún después de mucho tiempo nos arranca una sonrisa, o nos trae un recuerdo dulce. Lo llevamos dentro y caminamos con él, y lo regalamos de a poco en todo aquello que hacemos con el corazón.

Pone a prueba nuestra templanza, nos exige armonía. Así, los sentimientos ceden ante el “justo medio”, no hay cabida para el arrebato. Y la prudencia lo aquieta, con la intención de que pase inadvertido, con la intención de mantener el secreto… con el firme designio de evitar sospechas e incomodidades.

A ojos cerrados… Sensato, mas no pasivo… Con el anhelo de aquello que, incluso sin pertenecernos, ha logrado tocar nuestra existencia… Mezcla de fascinación y esperanza… Un sentimiento que, pese a no ser correspondido, permanece siempre intacto… suspendido en la inmensidad del tiempo.